Durante la Segunda República, las Fallas experimentan una auténtica era dorada. Son años de intensos cambios vividos al mismo ritmo que el resto de la sociedad, en que las Fallas son percibidas como una fiesta urbana y moderna, como una vivencia y puesta de largo de la identidad valenciana.
Con la llegada del nuevo régimen democrático, la fiesta fallera, que ya en la década de los veinte se había convertido en la fiesta mayor de la ciudad, alcanza cotas nunca vistas de extensión en el tiempo y el espacio, de institucionalización y de consolidación a todos los niveles, despertando la atención de los medios de comunicación de masas.
Entre las hitos de esta etapa destaca la creación de la Semana Fallera, la consolidación de su función o el nacimiento del Comité Central Fallero y la Asociación de Artistas Falleros. Se crean nuevos festejos de masas, crecen las comisiones falleras por todos los barrios de la ciudad y en nuevas poblaciones, las mujeres ocupan el espacio público de la fiesta —y no solo como falleras mayores—, la chiquillería se incorpora defintivamente a las Fallas, y se produce un extraordinario desarrollo artístico tanto en los tablados falleros como en otras disciplinas asociadas (cartelismo o música).
La exposición se organiza en tres grandes apartados: la fiesta en expansión, la fiesta moderna y la fiesta popular y urbana, Todos ellos nos hablan de la nueva magnitud que el fenómeno fallero adquirió en ese tiempo y como afecto a la sociedad civil, a la ciudad y su territorio, al papel de la mujer, los medios de comunicación y a los propios falleros y artistas...