Tradicionalmente las mujeres e hijas de las familias se han venido haciendo cargo de todas aquellas tareas que atenían al mantenimiento de la casa y al cuidado de sus habitantes, aunque no todas de la misma manera ni todas a cambio de un salario. Las que se lo podían permitir, se encargaban de coordinar a las empeladas del hogar que tenían a su servicio (las más pudientes llegaban a tener todo un arsenal de empleados y empleadas). El resto de las mujeres como mínimo se ocupaban de las tareas domésticas en su propia casa, pero en muchas ocasiones también en casas ajenas, en las de aquellas más afortunadas que las podían contratar. Podían contratarlas a tiempo completo como internas o solo por horas para realizar tareas concretas como planchar o lavar la ropa.